“Carlos Morales Languasco”- «Estampas de mi Pueblo». Autor: Sebastián Rodríguez Lora.

Introducción.

El doctor Sebastián Rodríguez Lora (Chanito), fue un notable intelectual puertoplateño que nació en 1911 y murió en 2004. Escritor con fina prosa que, en su libro Estampas de mi Pueblo, describió las peculiaridades de no pocos personajes destacados de su ciudad natal. En este espacio incluimos la estampa relativa al expresidente Carlos F. Morales Languasco, a quien describe en sus rasgos personales de un modo magistral, con los colores propios de su estilo, aunque aborda grosso modo pasajes de la historia, de tal manera que exige del lector un conocimiento vasto del tema para tener una buena comprensión. En este sentido hacemos algunas aclaraciones puntuales sobre unos planteamientos históricos que son inexactos.  

A Continuación, el texto íntegro.

Carlos Morales Languasco

«Una placa de bronce traída de París con sus restos mortales, en un modesto mausoleo del cementerio de mi pueblo, marca el sitio donde descansan para siempre, inmóviles los alabes del espíritu, Carlos Felipe Morales Languasco, expresidente y exministro plenipotenciario y enviado extraordinario de la República ante Francia, España, Italia, Suiza y Portugal. Podando el doble nombre de pila –que suena a corredores de casa real- en vida se le llamo escuetamente, con exageración epónima, Morales Languasco.

«Y d’emblee tropezamos con un paradojismo radical de este puertoplateño. Hombre tallado en bloque, sin soldaduras, sustantivo en tercera potencia, llevó engastada en su personalidad unas cualidades epitéticas contradictorias, que son adjetivación substantivada y lo pintan de cuerpo entero. Obstinado, frenético, turbulento, jovial e histórico, duro de piel en la hora del triunfo y de la adversidad, altruista, magnánimo, condecorado con la virtud de sus defectos, cualidades que, valga la coincidencia, se dan siempre en el gran político. Y, sobre todo, lo cual ya es demasiado: fue una cabeza clara, de la cual, apartándose de Gautier, y contra la política paralítica de su tiempo, se saco la convicción –cabo polar de su conciencia- de que hacer una nación dominicana no era una utopía, y que solo era posible hacerla desde y con el Estado como instrumento. Su fórmula ideal era sencilla: trabajo, apoliticidad de fines, pulcra honradez administrativa. Estas tres cosas funcionaron con Morales Languasco como un engranaje biológico.       

«Por de pronto, fue conspirador a nativitate. Debajo de la sotana que le impusieron sus padres como camisa de fuerza se revolvió, cual fiera enjaulada, el conspirador.  Miembro de la bizarra generación puertoplateña del 86, la vestidura talar le sirvió de embozo y armadura para conspirar contra Lilís.  Y con sotana y todo se fue al destierro para seguir conspirando.  Muerto Lilís, volvió al país y se dedicó full time a la política, que era su vocación y su pasión.  Dejó el curato por la curul de diputado.  El país vivía en crisis, en rigor mortis. El albaceato constitucional de Wenceslao Figuereo no funcionó, como funcionó solo precariamente el gobierno provisorio de Horacio Vázquez. Unas elecciones trajeron la “primavera moral” de Juan Isidro Jimenes, con Horacio Vásquez como caballo de troya vicepresidencial, que pronto gobernó espuriamente como secuela del 26 de abril del año dos, hasta que el Cabo Millo y Demetrio Rodríguez le arreglaron cuentas sietemesinas. Morales Languasco está a la expectativa, con la engañosa calma de un jugador de póker. Vino al poder, por carambola, Alejandro Woss y Gil, que no era bolo, y se le confirma la magistratura en unas elecciones que no complacieron ni a los bolos ni a coludos. Morales Languasco cree llegado el momento, y desde la gobernación encabeza en su pueblo la revolución unionista, hecha con los unos y los otros, en extraña simbiosis incompatible. Los amigos lo acusan –con razón- de inclinarse a los enemigos, puro andamiaje, e intentan inútilmente una contrarrevolución. Y por fin llega al poder el titán puertoplateño, pero llega sólo, con un caballo de troya en las entrañas. Esta vez el caballo de troya es Mon Cáceres, su vice, nacido naturalmente para el mando, y que no le perdona a Morales Languasco el pecado original de su bolismo. Y se dio el caso de un presidente que no presidía, a quien los miembros del gabinete no obedecían, y que era de hecho un prisionero de palacio. Entonces Morales Languasco ensayó la obra maestra de prestidigitación de nuestra historia política: fraguó una insurrección contra su propio gobierno, que muere con Demetrio Rodríguez precisamente donde había comenzado la revolución unionista. Con una pierna rota fue apresado en Haina (1), obligado a renunciar y puesto a bordo de un buque de guerra norteamericano que lo llevó al exilio, al Saint Thomas de su ancestro.

«Allí conspira incesantemente -y, cabe agregar, con mala fortuna siempre- El desterrado, apremiado por la falta de recursos, distribuye billetes de nuestra lotería, mientras espera que llegue la hora del “gordo” político. Un día desembarca, “con su habitual desparpajo”, en su pueblo natal, y va directamente a Estancia Nueva a visitar a su antiguo vicepresidente -su caballo de troya- Mon Cáceres, jefe del gobierno. La visita fue breve e infructuosa, Mon Cáceres estaba demasiado ocupado realizando el programa político de Morales Languasco -realizándolo literalmente, punto por punto, que es un asunto en el cual nuestros historiógrafos no han reparado nunca- para interesarse por la suerte del autor de ese programa. Y vuelve al destierro. El año 1909, el del terrible temporal de San Severo, venía como miembro de una expedición para sumarse a un efímero levantamiento hibrido de bolos y coludos recortados. Un mal tiempo arroja el barco a las costas haitianas, y las autoridades expulsan sumariamente a los aventureros (2). El año 1912 organizó otra expedición revolucionaria y desembarcó en El Seybo. Nuestras expediciones han sido siempre crónicas de aborto. Apenas desembarcado es hecho prisionero y se le mantiene en prisión hasta la caída de los Victoria. Es un preso privilegiado, pues la comida le llegaba directamente de la mesa presidencial de Eladio Victoria, uno de los únicos ministros que le fueron leales durante su ejercicio del poder. Poco después, cansado de su estéril odisea, acepta una representación diplomática en Europa.

«Se ha dicho que como político le faltó escrupulosidad. Pero esta virtud casera -en el sentido primario del vocablo- son las chinas que se le meten al político en el zapato y le obligan a andar como en volandas. Y la política, que es el arte supremo de lo concreto, exige pies en tierra y no deja tiempo para ser escrupuloso. Lo que habría que decir es que Morales Languasco tuvo el coraje y la honestidad de suscitar los grandes problemas de la nación, sin contentarse con afrontar solo los que le salían al paso. Y eso es una virtud máxima del político. Así formuló el primer programa completo de reorganización política y administrativa que tuvo el país, y que Mon Cáceres trató de realizar.

«¿Inconsecuente? Así le llama Rufino Martínez, olvidando que para el político que lo sea de verdad los medios son puro andamiaje. El político que pone la proa a un punto cardinal de su albedrío y no cambia nunca el rumbo, y que por lealtad a eso que se llama convicción no es capaz de rectificar una táctica ineficaz y ensayar otras, es poco más que un diletante. Con las hojas de servicios de todos los diletantes que ha habido en nuestra política no se llenaría media página de historia. En cambio, Morales Languasco llena él sólo muchas páginas, y hay muchas más en blanco que le están reservadas para llenarlas cuando su figura de “pura sangre” político sea estudiada y conocida a fondo.

Cuando empezó su vía crucis de gobernante, nuestro genial Pepe Mora, incisivo y delicioso, le aplicó a Morales Languasco una parábola del evangelio criollo: “Carlos -le dijo- a ti te ha pasado como al muchacho de campo que casaron con una muchacha hermosa y rica, y no bien acabó la boda lo mandaron a dormir solo en la cocina”. Es que Morales Languasco quiso de un solo golpe hacer la revolución y anticiparse a la contrarrevolución: lo primero con los guerrilleros a quienes luego repudió y quiso extirpar de raíz, y lo segundo gobernando con enemigos como freno. Fue su gran utopía, una utopía de espíritu magnánimo.

«El sentido del humor, que no le abandonó jamás, fue uno de los ingredientes de su intenso carisma personal. Sabía, como Shakespeare, que la vida es consustancial farsa, y la aprovechó para los fines, muy serios y respetables, de su política. Me contó mi padre que una vez él y un grupo de jóvenes puertoplateños fueron a visitar a Morales Languasco a su casa de familia en la calle El Fuerte, en sus días de gobernador. El visitado estaba tomando un baño de inmersión, largo y moroso, y con su habitual desparpajo los mandó a pasar y los recibió in púribus, sin más indumentaria que su piel de paquidermo político. Y saltando de una cosa en otra, siempre con su habitual desparpajo, les hizo notar la magnitud de sus esferoides genesíacos, preguntándoles si aquello no sería omen de una predestinación presidencial. Debajo de esa anécdota late un profundo conocimiento de los misterios de la política, pues cuentan que Julio César y Mirabeau, incomparables prototipos de político, destacaban por pareja cualidad. Y es prodigioso que una observación tal se le ocurra, en un pueblito de nada, de un país de nada, a un hombre salido de los claustros que no había sido ni espectador en los grandes escenarios políticos del mundo.

«De diplomático, allá en las capitales europeas, entrando y saliendo con su habitual desparpajo, de impecable frac y chistera, en las cancillerías y los palacios de gobierno, siguió probablemente conspirando, solo que sus sueños de conspirador los trenzaba con tenues ovillos de estrellas, mansa y luminosamente utópicos. Como tenía que ser -su carácter gótico, de impulso vertical, desafió siempre la ley gravedad de su destino- fue el primer dominicano que trepó a las nubes en las alas de un avión, como había sobrevolado tantas veces sobre la sórdida incomprensión que amargó sus días en la tierra. Y como era natural, murió fulminado por un ataque apopléjico. Llevaba en el cauce de su alma un torrente fiero e impetuoso que un día forzó las murallas de sus arterias para encontrar la definitiva libertad, el íntimo sí mismo que apenas pudo ser. 

Fin de la Estampa.

Observaciones:

1-Morales no fue capturado en Haina. Llego por sus propios medios a la Legación americana acompañado de Enrique Jimenes, quien lealmente estuvo a su lado luego de que sufriera la fractura de la tibia de su pierna derecha al caer por un barranco a orillas del río Haina. (Ver en este blog “Escapada por la Vida”, en la que el propio Morales narra al periodista E. H. F. Dottin, de la revista Wide World Magazine, al llegar a Puerto Rico, las adversidades que vivió por aquel inconveniente.)

2-Morales salió desde Saint Thomas el día 11 de mayo de 1907 en el buque alemán Ascania, mientras los espías al servicio del gobierno dominicano informaban que él había salido hacia New York en el buque inglés “Trinidad”, de la Quebec Line, así como otras conjeturas de que había salido hacia Puerto Rico en la balandra inglesa “Frame”, o con destino a Islas Turcas. Lo cierto fue que Morales embarcó en el buque alemán “Ascania” con destino a Haití haciendo escala en Puerto Plata, donde las autoridades solicitaron al capitán su entrega, lo que fue denegado. El «Ascania» llegó a Puerto Príncipe, Haití, el 23 de mayo y, al salir del barco Morales fue apresado y reembarcado al día siguiente por el gobierno haitiano en el primer buque a zarpar, que resultó ser el “Príncipe Guillermo II”, holandés, que tenía a New York como destino. El 31 de mayo llegó a New York, donde fue entrevistado por la prensa al día siguiente. (Ver en este blog el reportaje “Morales en apuros” sobre una entrevista publicada por el diario The Evening Star, de Washignton D. C. sobre este tema).

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