Fin de la Presidencia de Morales Languasco. Carta de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha.

El presente artículo, con el título: “Año Turbulento de 1905 en una Carta de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha”, es un trabajo publicado por el catedrático, periodista y diplomático Reynaldo R. Espinal, en el periódico digital Acento.

Observación del administrador de este blog: A partir del año 1904, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha fungió como secretario particular del Presidente Morales y fue testigo de excepción de acontecimientos importantes para la historia dominicana que ocurrieron en esa época, y como bien señala el autor de este artículo, dicha carta contiene información histórica tan valiosa que, decimos nosotros, nos sugiere replantear algunas teorías sustentadas por algunos historiógrafos conocidos.

Las gracias al amigo Jorge Serraty por su amabilidad al enviarme los enlaces de este artículo tan interesante, que ponemos a disposición de los lectores de este blog.

Enlaces del artículo original :

Parte 1: https://acento.com.do/opinion/el-ano-turbulento-de-1905-en-una-carta-de-manuel-de-jesus-troncoso-de-la-concha-1-de-2-9397201.html

Parte 2: https://acento.com.do/opinion/el-ano-turbulento-de-1905-en-una-carta-de-manuel-de-jesus-troncoso-de-la-concha-2-de-2-9400833.html

Parte 3 (final): https://acento.com.do/opinion/el-ano-turbulento-de-1905-en-una-carta-de-manuel-de-jesus-troncoso-de-la-concha-parte-final-9403793.html

A continuación el artículo citado completo:

“Año Turbulento de 1905 en una Carta de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha”.

La referida carta contiene información valiosísima sobre el agitado clima político del año 1905, suscitado por la pugnacidad entre jimenistas y horacistas durante el gobierno encabezado por Carlos Morales Languasco y Ramón Cáceres.

Introducción

Durante más de cinco décadas, el Lic. Manuel de Jesús Troncoso de la Concha (1878-1955), “Don Pipí”, como cariñosamente le llamaban sus amigos y conocidos, fue una especie de oráculo; uno de los hombres más perspicaces y con más vivencias de nuestros avatares como nación y con más depurados conocimientos sobre nuestro pasado colonial y republicano.

Foto de Manuel de Jesús Troncoso de la Concha del año 1927 durante el gobierno de Horacio Vásquez.

Nada hizo perder ni tampoco desequilibrar su grave condición de caballero y de dominicano distinguido”, afirmaría don Bienvenido Gimbernard.

Tres párrafos del panegírico de Joaquín Balaguer, entonces secretario de Educación, pronunciado en representación de la Universidad de Santo Domingo y de la Academia Dominicana de la Historia, en el homenaje de cuerpo presente que le rindiera el Senado a tan ilustre fallecido, retratan en sus rasgos más prístinos su singular trayectoria.

abatido por el hachazo inexorable, es uno de esos robles cuyas raíces se confunden con los cimientos de nuestras casas y con las bases seculares de nuestras creencias y nuestras tradiciones…en cincuenta años de magisterio, en diez lustros de intervención incesante en la vida nacional, en medio siglo de cátedra y de civismo militante, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha asistió a mucho de los episodios más significativos de la vida dominicana”.

los hombres más ilustres y más disímiles de varias generaciones desde Billini hasta Monseñor de Meriño, y desde Ramón Cáceres hasta Emiliano Tejera, le trataron de igual a igual, y hasta tal punto se confundió con la actividad anecdótica y pintoresca de esos personajes casi legendarios, que su figura, familiarizada con aquellos hombres y con aquellos tiempos tormentosos, se ofrecía con frecuencia a nuestro ojos envuelta en una especie de perspectiva histórica”.

A Don Manuel Jesús Troncoso de la Concha le basta, para comparecer lleno de gloria ante la posteridad, con haber afrontado durante más de cincuenta años, las enemistades y malquerencias de la vida política, sin llenarse las manos de púas vengativas y sin perder en ningún momento el ejemplar sentido que tuvo de la convivencia humana”.

Y Emilio Rodríguez Demorizi, que le admiró tanto, expresó al momento de su deceso que Manuel de Jesús Troncoso de la Concha que “ esclarecido por el talento y la sabiduría, por el patriotismo y la virtud; lo fue, aún más por el estilo inconfundible de su vida; por la singular manera de conducirse en la vida pública y en la vida del hogar, al que imprimió el sello de ese estilo y en que, como en un breve patriarcado, impuso sus propias leyes: el trabajo, la acendrada fe cristiana, la pureza de costumbres y la irreprochable conducta social y política, dentro de las normas solidarias, efectivas y prácticas, de la más pura fraternidad”.

Valgan estos párrafos precedentes como la mejor presentación a una memorable carta que el 14 de agosto de 1939 dirigiera Don Pipí al historiador y periodista Alonzo Rodríguez Demorizi, hermano de Emilio Rodríguez Demorizi, con el propósito de rectificar algunas inexactitudes históricas en trabajos publicados por el destacado periódico “El Porvenir”, de Puerto Plata, del cual entonces era don Alonzo subdirector.

La referida carta contiene información valiosísima sobre el agitado clima político del año 1905 suscitado por la pugnacidad entre jimenistas y horacistas durante el gobierno encabezado por Carlos Morales Languasco y Ramón Cáceres y las complejas condiciones en que tras el primero resignar el poder, lo asume el segundo por espacio de seis años hasta el fatídico magnicidio del 19 de noviembre de 1911.

Adviértase, además, en esta interesante misiva, a publicarse en dos entregas sucesivas de la presente columna, la incidencia notable de los caudillos militares regionales, los desencuentros entre facciones y la consiguiente dificultad de gobernar. ¿Qué tanto explican los hechos narrados por Don Pipí en esta carta, como incubación de rencillas y malquerencias, el magnicidio de Cáceres seis años después? ¡Juzgue el lector a su atinado criterio!

Ciudad Trujillo, Distrito de Santo Domingo

14 de agosto de 1939.

Señor Alonzo Rodríguez Demorizi

Puerto Plata, R.D.

Muy señor mío y amigo:

Hace unos días, leí en El Porvenir, edición del 10 de agosto en curso, en la necrología de Don Carlos Ginebra, que este distinguido ciudadano había sido nombrado Secretario de Guerra y Marina el 28 de Noviembre de 1905: “cuando Luis Tejera renunció con motivo del bombardeo de Villa Duarte”.

Como usted es subdirector de ese importante medio y sé que es un gran devoto de los estudios históricos, me he decido a escribirle la presente para advertirle el error de que adolece esa mención de la necrología citada.

El bombardeo de Villa Duarte, por el crucero norteamericano Newark no se operó en 1905, sino el 11 de febrero de 1904.

El general Luis Tejera era en esos días y siguió siendo Comandante del Puerto de esta capital. El Secretario de Guerra y Marina interino y actuante era el Lic. Pedro Bobea, por ausencia del titular, general Raúl Cabrera, quien operaba entonces como jefe de fuerzas del Gobierno destacadas sobre la línea Noroeste.

El nombramiento del general Luis Tejera como Secretario de Guerra y Marina fue hecho por el Presidente Carlos F. Morales Languasco en fecha 2 de noviembre de 1905, para reemplazar al General José Fermín Pérez, quien ocupaba ese puesto desde el 24 de junio de ese año.

El General Pérez había reemplazado al General J. Epifanio Rodríguez, nombrado Gobernador de La Vega.

En la edición de El Porvenir del 5 de este mismo mes observo igualmente un error.

Dice que “cuando el bombardeo de Villa Duarte por los cruceros Newark y Columbia, Luís Tejera fue a Palacio a pedirle cuenta al Presidente Morales” y que advertido Morales por el Presidente Cáceres, le dijo: “Déjalo pasar y esperó con su revolver en la mano al encolerizado Ministro. Mas Cáceres logró apaciguar a Tejera y se evitó un lance en aquellos días de congoja”.

No hubo nada de eso. En primer lugar, cuando el bombardeo de Villa Duarte el general Ramón Cáceres no estaba en la capital. Era Delegado del Gobierno en el Cibao. No había Vicepresidente porque se trataba de un Gobierno Provisional.

En segundo, Luis Tejera, como le digo antes, era Comandante del Puerto y aceptó los hechos, como los aceptaron los miembros y servidores del gobierno.

Probablemente, a lo que El Porvenir ha querido referirse es a la actitud de Luis Tejera el 6 de diciembre de 1905, cuando se creyó que fuerzas americanas iban a repetir el acto del 11 de febrero de 1904 (dirigido entonces contra las fuerzas jimenistas sitiadoras) para apoyar en esta otra ocasión al Presidente Morales contra el partido horacista, el cual le había declarado la guerra. (AB-1)

Deseo ahora aprovechar esta oportunidad para relatarle, como testigo que fui de ellos, algunos de los sucesos ocurridos en esa época que no son bien conocidos o han sido olvidados.

 Principalmente me ha movido a emprender esta tarea el leer u oír a cada momento referencias muy apartadas de la verdad, o porque confunden hechos y circunstancias más o menos contemporáneos, o porque reproducen versiones a las cuales dio origen únicamente el interés o la pasión política.

Si me dirijo a usted para ofrecerle este testimonio es porque, como le expreso antes, sé de su amor a los estudios históricos.

Todos los sucesos desarrollados desde septiembre hasta diciembre de 1905 tuvieron su punto de partida, en la separación del General Cirilo de Los Santos (a) Guayubín, del puesto de Gobernador de La Vega, y en el nombramiento del General José Fermín Pérez Secretario de Guerra y Marina.

Cirilo de Los Santos había sido un bravo defensor del Gobierno en la revolución del 1903 al 1904 y por consecuencia de esta conquistó un prestigio y ejerció un poder sin límites.

Por orden suya, como Delegado del Gobierno en La Vega, San Francisco de Macorís y Samaná, se realizaron varias muertes, lo cual dio lugar a una interpelación en el Congreso. Morales le negó su apoyo a Guayubín. (AB-2)

La interpelación no siguió su curso, después de las declaraciones que hizo ante la Cámara el Secretario de Justicia, Licenciado Pelegrín Castillo; pero las relaciones entre Morales y Guayubín fueron desde ese momento muy malas. Renunció las funciones que tenía como Gobernador de La Vega. Quedó el Lic. Pedro M. Bobea, gran amigo suyo.

En junio de 1905 fue nombrado Secretario de Guerra y Marina el General Pérez en sustitución del General J. Epifanio Rodríguez, quien pasó a la Gobernación de La Vega.

Morales hizo el nombramiento de Pérez sin consultar con Cáceres ni con ningún miembro importante del partido horacista.

Cuando don Federico Velásquez Hernández, Secretario de Hacienda, lo supo increpó duramente al Presidente Morales por ese nombramiento, revelación de que Morales estaba dispuesto a gobernar personalmente.

El General Pérez había sido siempre un ferviente horacista; pero Velásquez lo consideraba como un adicto personal de Morales.

El caso fue discutido entre éste y el Vicepresidente Cáceres, quien cerró el incidente aceptando sin reservas el nombramiento, aunque diciéndole a Morales que en lo sucesivo no debía nombrar ningún ministro sino de acuerdo con el partido horacista.

A fines de agosto se descubrió en el Cibao una conspiración organizada por elementos horacistas cuyo fin era derrocar a Morales y llevar a la Presidencia a Cáceres. Las medidas tomadas por éste hicieron abortar la conspiración.

Morales fue al Cibao acompañado de José Fermín Pérez, de mí que era su secretario, de Francisco Ureña Hernández, oficial mayor de la Secretaría del Presidente, y de sus edecanes.

Morales y Cáceres celebraron varias entrevistas en Puerto Plata y en Moca. Se iniciaron varias combinaciones para calmar a los horacistas descontentos; pero todo fracasó al no querer aceptar algunos de éstos los puestos para que se les había designado.

De ahí en adelante las cosas fueron empeorando cada día. El horacismo quería deshacerse de Morales por haberle perdido la confianza, aunque sin ningún fundamento justo para ello.

A fines de septiembre, Velásquez le escribió a Cáceres diciéndole que su presencia en la Capital era imprescindible para enderezar la situación.

Cuando Cáceres vino, los hombres principales del horacismo le hicieron ver que la presencia de José Fermín Pérez y Bernardo Pichardo en el Gobierno era inconveniente porque lo que deseaba Morales era mantener un gabinete con hombres que le fueran personalmente adictos y a ese título era que Pérez y Pichardo ocupaban respectivamente las carteras de Guerra y Marina y Correos y Telégrafos; que ya eran cuatro los ministros adictos personalmente a Morales: que en ese número figuraban también don Juan Francisco Sánchez, Secretario de Relaciones Exteriores, y el licenciado Andrés Julio Montolío, Secretario de Justicia e Instrucción Pública.

El resultado fue que el partido horacista, por boca de Cáceres, exigió la renuncia de Pérez y Pichardo. La de Sánchez no lo fue porque no se quería sacarlo de Relaciones Exteriores, donde él trataba con el Ministro Americano, Mr. Thomas Dawson, las cuestiones relativas al Proyecto de Convención.

En cuanto a Montolío, el horacismo no se preocupaba, por considerarlo hombre pasivo y pacífico. Además, Cáceres le tenía mucho aprecio personal por haber sido compañeros de estudios en el Colegio San Luis Gonzaga.

José Fermín Pérez fue nombrado gobernador de Puerto Plata. A Bernardo Pichardo le ofrecieron un puesto en el extranjero; pero no quiso aceptar.

Al ser reemplazado José Fermín Pérez por LuÍs Tejera, quien era Gobernador de la Provincia de Santo Domingo, fue nombrado para sustituir a este último don Carlos Ginebra, quien lo había estado siendo en Puerto Plata desde el año de 1904.

Con Cáceres vino el General Cirilo de Los Santos, llamado Guayubín.

Una tarde en la fortaleza, hallándose en ésta el Presidente Morales, fue allí el general Guayubín. A Morales no le perdían los horacistas ningún movimiento. Además, no le tenían confianza al Comandante de Armas de la plaza, que era el Coronel Francisco Aníbal Roldán, en razón de que lo consideraban también amigo de Morales. Este lo creía así, igualmente.

Guayubín era un hombre muy brusco y trató esa tarde a Morales muy irrespetuosamente. Morales le advirtió que era el Presidente de la República y Guayubín le respondió: “Usted será el Presidente para otros, para mí no”.

Luego de eso profirió otras palabras ofensivas. Morales iba a dar una orden de prisión contra Guayubín; pero se contuvo pensando que esa medida podía generar una desobediencia o tal vez un conflicto, pues allí había en esos momentos unos tantos hombres de armas del horacismo en actitud al parecer expectativa.

Por su parte el Coronel Roldán no hizo nada. Desde ese momento las relaciones entre Morales y el horacismo fueron pésimas. Cada día lo iban siendo más. Morales, sin embargo, no quería romper con el horacismo, parte porque él se había desligado por completo del partido jimenista a que pertenecía hasta su designación como candidato del partido horacista y sabía que era la única fuerza con que se podía combatir al horacismo, y parte porque el Ministro Americano Dawson le aconsejaba todos los días que evitara cualquier violencia.

Por otro lado, Morales y Cáceres se tenían un mutuo aprecio sincero, y Morales no quería hacer nada que pudiera perjudicar a Cáceres. Le constaba que el horacismo no había llegado con él a mayores extremos por el empeño que Cáceres había puesto y seguía poniendo para evitar una ruptura final.

Las cosas sin embargo llegaron a tal punto y el desprestigio de Morales adquirió tal grado que la situación empezó a hacérsele intolerable.

Tres Secretarios, el de Hacienda, Federico Velásquez; el de Fomento, Francisco Leonte Vásquez; y el de Interior, Manuel Lamarche García, se mantenían haciéndole una guerra muy cruda.

En el Consejo de Gobierno, Velásquez y Vásquez lo llegaron a tratar en tono tan despectivo que un día Morales (quien había estado mostrando una paciencia sólo explicable por el convencimiento que tenía de los peligros que lo rodeaban) hubo de llamarle muy seriamente la atención a Velásquez, que era quien se mostraba más agresivo.

Todo contacto entre Morales y los ministros, fuera de las sesiones del Consejo, había desaparecido, excepto con Andrés Julio Montolío y Eladio Victoria, quien había reemplazado a Bernardo Pichardo en la cartera de Correos y Telégrafos y observó siempre con el Presidente una conducta muy correcta.

La autoridad de Morales sobre las fuerzas militares era nula. Después del incidente con Guayubín en la fortaleza se había abstenido de pasar cerca de esta.

Como era natural, los jimenistas atizaban el fuego. Hacían circular la especie de que Morales se estaba entendiendo con ellos, lo cual era completamente falso.

En vista de la actitud asumida por el secretario de Guerra y de que eso equivalía a un derrocamiento, enviaría su renuncia al Congreso.

“Se valían de diferentes maniobras. Recuerdo ésta. Los días 1 y 2 de noviembre de aquel año debían celebrarse elecciones municipales. Los jimenistas habían presentado una candidatura y organizado comités para sustentarla.

Descubrieron que a un comité instalado en el barrio de la Misericordia acudían a título de bolos dos “camarones” (espías) horacistas. Un jimenista llamó a otro como para hablarle en privado y ambos se situaron cerca de uno de los “camarones”.

Entonces el uno le dijo al otro en voz baja, pero lo suficientemente perceptible para que el “camarón” oyera: “Ve adonde Morales y dile que nos mande lo que nos ofreció”.

El otro salió y como a la media hora regresó en un coche trayendo una caja de ron, una cantidad de montantes y cohetes y otras cosas. En realidad, donde había ido era a la casa de otro jimenista que ya tenía listas esas cosas.

Por fin Morales se atrevió a dar un paso que aclarara su situación. Resolvió cambiar al Comandante de Armas, nombrar en sustitución de Roldán al General Lorenzo Martí, conocido con el apodo de Pulún, e ir personalmente a la fortaleza a ponerlo en posesión, acompañado de sus ayudantes de campo y un grupo de hombres escogidos del partido horacista en quienes tenía confianza y en unos pocos jinetes que eran amigos personales suyos.

Martí era Gobernador adjunto y horacista muy definido. Todo estaba dispuesto para la mañana del lunes 27 de noviembre.

Queriendo, sin embargo, hacer ver que su propósito era recuperar su autoridad perdida desde el día en que fue insultado por Cirilo de Los Santos, pero no romper con el Horacismo, llamó a su despacho el domingo 26 a Rafael Justino Castillo, horacista prominente, y le propuso la Secretaria de Hacienda, en sustitución de Federico Velásquez.

Castillo no aceptó. Entonces llamó a Rafael Alburquerque y a Ramón O. Lovatón muy horacistas ambos y les propuso, al primero la Secretaría de Hacienda y al segundo la de Fomento, que ocupaba Leonte Vásquez. Tampoco aceptaron.

Ese fue su error capital, porque en vez de esperar a poner en posesión a Martí y luego hacer los cambios en el Gabinete, sustituyendo a los ministros hostiles, pero teniendo bajo su autoridad el recinto militar, lo hizo en orden inverso, sin contar con que Velásquez y Vásquez demasiado fuertes dentro del partido y el gobierno, no iban a permanecer inactivos.

En efecto, Alburquerque y Lovatón, y probablemente Castillo, que era compadre de Velásquez, le comunicaron a éste lo que había propuesto Morales y en seguida Velásquez se puso a su vez en comunicación con Leonte Vásquez y Luis Tejera para apercibirse a la defensa.

El revuelo que se produjo en el horacismo es de imaginarse. La voz que se hizo circular fue la de que Morales estaba planeando un golpe para echar a los horacistas del gobierno y llamar a los jimenistas.

En la prima noche del 25 algunos de los horacistas que habían sido invitados por Morales al día siguiente para poner a Lorenzo Martí en posesión de la Comandancia de Armas, le revelaron el secreto a Velásquez y éste, acompañado de Vásquez y Tejera, fueron a la ciudadela, la cual reforzaron con un número apreciable de hombres escogidos del partido horacista.

Morales, ajeno a esos acontecimientos, amaneció el lunes 26 dispuesto a llevar a cabo su resolución.

Martí se presentó en el palacio a las siete y unos minutos de la mañana y Morales lo mandó al despacho de Relaciones Exteriores, para que recibiera de Juan Francisco Sánchez las últimas instrucciones.

Ya, sin embargo, era demasiado tarde. Luis Tejera había ido a la fortaleza con otro grupo de hombres escogidos y había asumido como Secretario de Guerra el mando de todas las fuerzas.

En seguida fueron separados por Tejera de sus puestos el Comandante Arturo Sanabia y el Capitán Ernesto Sanabia, su hermano y ayudante mayor, quienes habían hecho saber que permanecían fieles al Presidente de la República.

También fue separado de su puesto Manuel Hernández, Nene, Comandante del Cuerpo de Serenos, quien dijo que su deber era seguir al Presidente.

A palacio fue mandado un grupo de civiles armados de revólveres, con instrucciones de oponerse a cualquier intento que hiciera Morales de organizar un grupo.

Enterado ya de todo, Morales seguido de sus ayudantes de campo, se retiró a su casa en la calle del Estudio (ahora Hostos). Esa casa es la misma en donde fue asesinado el Padre Canales y que se consideró siempre como de mala sombra.

Le acompañábamos yo, que era su Secretario, Francisco Ureña Hernández, Oficial Mayor de la Secretaría, y otros empleados de ésta. Todos éramos horacistas; pero no vacilamos en quedarnos a su lado, primero porque ese era nuestro deber, y luego porque estábamos plenamente convencidos de que Morales no había sido infiel a la palabra que le había dado al partido.

Desde su casa mandó a buscar a don Emiliano Tejera y a don Federico Velásquez. Momentos después llegaban estos señores acompañados de varios horacistas.

Morales acusó a Luis Tejera de traición y don Emiliano protestó, replicando que quien le estaba traicionando al partido era Morales, puesto que había estado inventando hacer cambios en el gobierno y queriendo poner fuerzas militares bajo su mando y control personal, con el concurso de los enemigos del gobierno.

Morales se defendió a su vez de esa acusación e hizo un recuento de todos los sucesos que habían ocurrido en los últimos tiempos y por qué él se había visto obligado a proceder como lo había hecho.

Advirtió que su propósito era tener un acuerdo final con el horacismo y no hacer nada sin el concurso del General Cáceres.

Negó que tuviera cualquier connivencia con los jimenistas y dijo que esa era una de las invenciones de sus enemigos dentro del partido horacista para hacerlo salir del poder.

Agregó finalmente que, en vista de la actitud asumida por el secretario de Guerra y de que eso equivalía a un derrocamiento, enviaría su renuncia al Congreso.

Don Emiliano le observó que el partido horacista, empezando por el General Cáceres, que era su más significado representante en el Gobierno, se hallaba muy lejos de desear que él dimitiera, pero que era absolutamente necesaria una definición de la situación para que no se volviera a producir ningún rozamiento entre Morales y el horacismo.

Morales manifestó entonces que el primer paso para llegar a ese resultado debía ser la destitución del Coronel Francisco Aníbal Roldán como Comandante de la Plaza de Santo Domingo.

Don Emiliano, e igualmente Velásquez, respondieron que no habría inconveniente en hacerlo así; pero que era necesario al mismo tiempo sacar del Gabinete a Juan Francisco Sánchez en quien el horacismo veía el inspirador de todo lo que había hecho Morales en contra del horacismo.

Morales volvió a decir que si ese mismo día no era sustituido Roldán él renunciaría. Se siguió discutiendo este punto. Don Emiliano y Velásquez le preguntaron a Morales que quién creía él debía nombrarse Comandante de Armas.

Morales señaló a Lorenzo Martí (Pulún). Don Emiliano y Velásquez se opusieron. Morales propuso al General Juan Pablo Sanabia, Jefe de su Cuarto Militar, y también se opusieron.

Velásquez propuso a Esteban Nivar, quien era Comandante del Puerto, y Morales no aceptó. Entonces propuso a Wenceslao Guerrero González (Laíto) y tampoco aceptó aduciendo que éste había sido sustituido como Comandante del Puerto por haberle faltado el respeto y que ése había sido precisamente uno de los incidentes que marcaron el periodo de las desavenencias entre él y algunos horacistas connotados.

En esto llegó Juan Francisco Sánchez y tomó parte en la discusión en defensa de Morales. En resumen no se llegó a nada. En la tarde se reunieron los Ministros (excepto Montolío) para examinar la situación.

Luis Tejera dijo que para cortar la discusión él estaba dispuesto a renunciar la Secretaría de Guerra y Marina y aceptar la Comandancia de Armas.

Esa misma tarde fue celebrado un Consejo de Gobierno, presidido por Morales, al cual asistió el Ministro americano Dawson. Allí se resolvió nombrar a Luis Tejera Comandante de Armas, pasar a Carlos Ginebra de la Gobernación de la Provincia a la Secretaria de Guerra y nombrar Gobernador a Lorenzo Martí.

Como Gobernador Adjunto fue nombrado Wenceslao Guerrero González (Laíto).

El mismo día 26, Velásquez, Fco. Leonte Vásquez y otros telegrafiaron al Vicepresidente Cáceres llamándolo a la Capital. Morales le dirigió un telegrama invitándolo a celebrar una entrevista a bordo del cañonero Independencia.

Cáceres llegó a la capital el 2 de diciembre, sábado, y al día siguiente se iniciaron en el despacho del presidente unas conferencias a las que asistían Morales, Cáceres, Don Emiliano y Dawson.

Como mi escritorio estaba en el mismo despacho del Presidente, yo oía todas las discusiones desde mi asiento dándoles la espalda a los conferenciantes.

El primer día me quise retirar; pero me dijeron que todos tenían confianza en mi discreción.

Como ya todos los horacistas señalaban al Secretario Sánchez como el inspirador e instigador de toda la supuesta traición de Morales al horacismo, le hicieron ver a Cáceres que era necesario sacarlo del gabinete.

Ese fue el tópico principal de las discusiones. Morales resistió, apoyado por Dawson. Cáceres cedió. Entonces se convino en que Morales le escribiera una carta a Cáceres en la cual se comprometiera a no cambiar ningún ministro ni nombrar otro nuevo, sin consultar antes con Cáceres, como representante del horacismo.

Yo pasé en limpio con mi letra (entonces no había máquinas de escribir en el gobierno) la carta y Morales la firmó.

Cuando ya parecía todo solucionado, los horacistas principales, incluyendo a don Emiliano y a Velásquez, le hicieron ver a Cáceres que era preciso a toda costa que Sánchez saliera del gobierno, pues su influencia sobre Morales era muy grande y las cosas iban a continuar mal.

Cáceres volvió a promover nuevas entrevistas en las cuáles se trataba únicamente la salida de Sánchez del ministerio.

Cáceres insistió en la separación de Sánchez, ayudado por Don Emiliano y Velásquez. Morales volvió a resistir apoyado por Dawson.

Estas entrevistas duraron el 4 y el 5. Morales defendió a Sánchez arguyendo que todos los cargos que se le hacían eran injustos y que, además, se le iba a poner en una situación muy mala después de haber prestado tan buenos servicios al partido y al gobierno.

Dawson lo defendía argumentando principalmente que Sánchez era el Secretario de Relaciones Exteriores con quien había negociado la Convención del 20 de enero de 1905 y el Gobierno de los Estados Unidos necesitaba que permaneciera ahí para que cuanto se relacionara con ese asunto no sufriera tropiezos.

Cáceres dijo que Sánchez podía ser designado para ocupar un puesto en el extranjero, como por ejemplo, la Legación Dominicana en La Habana o el Consulado en Hamburgo.

A su vez don Emiliano y Velásquez hicieron ver a Dawson el error en que incurría vinculando la presencia de Sánchez en la Secretaría de Relaciones Exteriores a la suerte del Proyecto de Convención, el cuál, le aseguraban, seguiría el mismo curso con Sánchez en la Secretaria o fuera de ella.

Por último, el 5 de diciembre en la tarde las fuerzas de la resistencia de Morales se agotaron y el mismo Dawson no encontró más qué replicar, en vista de los cargos que se hacían contra Sánchez como elemento hostil al horacismo.

Quedó convenido en principio que éste iría a la Legación en La Habana. Después de la reunión le dijo Cáceres a Morales que como había de nombrarse un nuevo Secretario de Relaciones Exteriores le sugería que el nombramiento recayera en una de estas tres personas: Don Emiliano Tejera, Don José Gabriel García y Dr. José Lamarche.

Morales me comisionó para que hablara a Don José Gabriel García en su nombre. Así lo hice; pero Don José se negó rotundamente a aceptar.

El día 6 en la mañana, entre 7 y 8, llegó Don Juan Francisco Sánchez a la oficina del Presidente. Este le hizo un relato de lo ocurrido en la reunión del día anterior y una exposición de la situación.

Sánchez le dijo que había estado donde Dawson y que le había hecho el mismo relato. Agregó que le había dicho a Dawson: “Yo me atengo en un todo a lo que Ud. crea mejor”.

Finalmente le dijo Sánchez a Morales que había venido con Dawson desde la Legación Americana, sita entonces en la calle Santo Tomás (ahora Arzobispo Nouel) hasta la casa de don José Martín Leyba (frente al Parque Colón donde ahora tiene sus oficinas el Partido Dominicano) y que, al despedirse, Dawson, estrechándole la mano, le dijo: “Yo le probaré que soy su amigo”.

Al oír esto Morales, inquirió: “¿Qué le quiso decir con eso?” a lo cual repuso Sánchez: “No sé”. Yo quería ver si Usted me lo podía explicar”.

Permanecieron un rato sin hablar. Como monologando dijo Morales: “¿Qué será? “. Sánchez se fue para el despacho de Relaciones Exteriores.

A las 10 y cuarto, más o menos, estando reunidos Morales, Cáceres, Dawson y Velásquez (don Emiliano no había llegado todavía) se presentó Carlos Ginebra, el Secretario de Guerra y Marina, dando señales de gran agitación y encarándose al Ministro americano le dijo:“ Mr. Dawson, del Olimpia y del otro crucero americano ha desembarcado una fuerza que trae cruz roja y ametralladoras y en la fortaleza y en el pueblo hay una gran alarma. Si esa fuerza desembarca la van a hacer fuego”.

Mr. Dawson, con mucha serenidad, le dijo a Don Carlos: “Cálmese, Usted puede dar la seguridad de que esa fuerza no desembarcará. Ella va a transbordarse al Scorpion”. (Este era un cañonero americano que desde hacía meses se hallaba en la ría, cerca de la orilla de Villa Duarte).

Ginebra agregó: “¿Seguro, Mr. Dawson?”. A lo cual este respondió: “Si, Señor, seguro”. Cuando Ginebra estaba bajando por una escalera de madera que había en el patio, estaba llegando a ésta Luis Tejera con un grupo de hombres armados de carabina. Ginebra quiso pararlo; pero Tejera no le hizo caso.

Foto de Carlos F. Morales Languasco en 1905 (36 años).

El Comandante Arturo Sanabia, quien estaba en la puerta que daba acceso por la galería a las oficinas del Presidente y que, al igual que su hermano el Capitán Ernesto Sanabia, se había puesto al servicio directo de Morales, entró al despacho de éste y le dijo: “Presidente: ahí viene Luis Tejera con unos cincuenta hombres armados”.

Morales no se inmutó lo más mínimo. El usaba siempre el saco cerrado hasta el cuello. Se limitó a sacar del ojal el botón que daba a la cintura y exclamó: “Que pase”. Cáceres se puso de pie y dijo: “Mr. Dawson, no respondo de lo que pase”. (El General Cáceres explicó más luego esa frase en mi presencia al mismo Dawson, diciéndole que él creía que, a pesar de lo afirmado por éste, los americanos habían desembarcado y que en ese caso no respondería de lo que sucediera, porque él no iba a contener al pueblo ni a las tropas si les hacían fuego a los americanos).

Tanto Cáceres como Dawson salieron de la oficina de Morales y fueron al encuentro de Luis Tejera. Con Morales quedamos Arturo y Ernesto Sanabia y yo. Morales me requirió a que me fuera. Le contesté que yo permanecería ahí. Dirigiéndose luego a Arturo Sanabia y señalándole la puerta que daba a un departamento contiguo a la galería interior le dijo: “Sanabia: pásele el pestillo a esa puerta para que les cueste trabajo abrirla. A mí me harán picadillo; pero yo mato antes a Luis Tejera. Hasta hoy estará de guapito”· Al hablar así echó hacia adelante la funda del revólver.

Esa mañana se había recibido un telegrama del General Demetrio Rodríguez por la línea francesa, que decía más o menos: “Sé tu situación ahí, mándame cañonero independencia e iré con quinientos militares”. Morales, recordando esto, me dijo:“ Troncoso, ¿dónde está el telegrama de Demetrio? Rómpalo, porque si nos matan va a ser una prueba en contra mía”. Demetrio Rodríguez era Delegado del Gobierno en la Línea Noroeste y aspirante a la Presidencia.

La comarca estaba en manos del jimenismo y Demetrio la gobernaba sin sujeción. Entre Morales y él no había ninguna clase de relaciones. Morales no creyó sincera su actitud. Rompí el telegrama y traté de mascarlo y tragarlo; pero al no poder lograr esto eché los restos de papel, llenos de saliva, debajo de una alfombra. Unos segundos después me dijo, hasta con buen humor: “Troncoso, ya no pasará nada; estas cosas son como ciertas enfermedades, que si no matan en el primer momento ya no hacen nada”.

 De la parte de afuera venía mucha bulla. Oímos, sin embargo, claramente la voz de Cáceres cuando dijo: “General Tejera párese ahí” y después: “General Tejera qué disparate es ese? Morales me dijo entonces: “Troncoso: vaya por la galería de la calle y vea si puede pasar al salón para que me diga cómo está la cosa”. Fui. El salón estaba completamente vacío. Continué hasta una puerta de persiana que comunicaba la galería del patio por la escalera que daba acceso al salón. Mirando por una celosía vi a Velásquez que se abrazaba a Luis Tejera y le gritaba al oído: “¿Qué es eso Luis? Soy yo, Velásquez. Ya todo está arreglado. No hay ningún peligro”.

Al oír esto, Luis se desasió de Velásquez y tirando el sombrero al suelo exclamó: “Me c/…en Dios”. Cáceres le gritó entonces: “General Tejera: vaya a cubrir su puesto”. Mr. Dawson se empeñó en que Luis Tejera fuera al río para convencerse de que no había tal desembarco. Pasado un rato, todos fueron para el muelle. Efectivamente, las fuerzas salidas del Olimpia estaban ya transbordadas al Scorpion.

El interés político de aquellos días quiso hacer aparecer esta conducta de Luís Tejera como si lo hubiera movido un arranque de patriotismo; pero no hubo tal cosa. El creyó que los americanos iban a desembarcar para apoyar a Morales y llevándose de un impulso salió a matar a éste, para que no le aprovechara. La prueba es que fue a palacio contra Morales, en vez de ponerles el frente a los presuntos invasores. (Digo que Tejera fue a matar a Morales, porque varios de los que le acompañaban referían que, al salir de la Fortaleza, Tejera profirió: “vamos a acabar con Morales y los que están con él”).

En cambio, se le quiso atribuir a Morales la combinación de un plan con el Secretario Sánchez y el Ministro Dawson para hacer bajar un destacamento del Cuerpo de Marina americano de los buques de guerra Olimpia y Yankee, surtos en el Placer de los Estudios, a fin de apoyarse en ellos. La conversación que yo oí esa mañana entre Morales y Sánchez, y que refiero arriba, demuestra que ni uno ni el otro sabían nada de lo que los americanos iban a hacer. Además, de haber estado en semejante combinación, no habrían ido a sus respectivos despachos, exponiéndose a las iras de los enemigos que los vigilaban y hasta los cercaban continuamente.

Volviendo a los sucesos del día 6: Después de conversar con Morales, don Juan Francisco Sánchez, quien se había ido para el despacho de Relaciones Exteriores, se puso allí a recoger los papeles particulares que tenía en su escritorio y a dar órdenes para poner el despacho en condiciones de entregarlo a su sucesor. Allí le sorprendió el serio incidente que acabo de relatarle. Salió apresuradamente.

Él no sabía de lo que se trataba; pero se enteró de que un grupo armado encabezado por Luis Tejera había invadido el Palacio, y tomando por una escalera de mampostería situada en el fondo del patio, se deslizó entre la multitud que se hallaba aglomerada en el patio y fue a asilarse en la Legación americana.

El resto del día, como es de presumirse, se pasó en medio de una gran agitación. Morales, a pesar de todo, fue en la tarde a su despacho, acompañado de los dos Sanabia, el Capitán Alberto Hernández, el Capitán Federico Sarita y el Teniente Luis Castillo Marcano y Villalón. (No recuerdo el nombre de éste último. Era su sobrino) (AB-3). Los demás edecanes lo habían abandonado diciendo que no le podían seguir sirviendo a un traidor.

Desde adentro oíamos las voces de los que pasaban por las galerías interiores denostando a Morales.

Al día siguiente fue don Emiliano Tejera a Palacio y le dijo a Morales que era necesario retirar lo resuelto con respecto a que Sánchez fuera nombrado Encargado de Negocios en la Habana, pues “los muchachos de la Fuerza se oponían a eso” (1). Morales respondió que no se haría el nombramiento.

Al no aceptar don José Gabriel García el nombramiento de Secretario de Estado de Relaciones Exteriores, quedó este puesto vacante. La recomendación del doctor José Lamarche fue retirada. Cáceres y Velásquez se empeñaron mucho con Don Emiliano en que éste aceptase el puesto y, una vez vencida su resistencia, Morales, lo nombró Secretario de Relaciones Exteriores el día 18. (AB-4)

Con la presencia de don Emiliano en el gabinete la situación mejoró un poco. El trataba a Morales con mucha consideración. Cáceres iba a ver al Presidente diariamente. La conversación entre ambos era siempre cordial. A pesar de esto, la desconfianza de los horacistas contra Morales aumentaba. Dos de los ministros, don Manuel Lamarche García y don Fco. Leonte Vásquez, vivían agitándolos continuamente contra Morales, y tildaban a Cáceres y a don Emiliano de “pastelero”. Esto se lo iban a referir a Morales los pocos horacistas que se atrevían a acercársele.

Considerando la situación satisfactoria, Cáceres se volvió al Cibao. Cuando se despidió de Morales le dijo estas palabras: “Yo me voy. Espero que cualquier cosa que ocurra se podrá arreglar fácilmente. Yo les he dicho aquí a mis amigos que si te tocan un cabello que sea, vendré desde el Cibao contra ellos, pues estoy dispuesto a llevarme de encuentro a cualquiera que te haga daño. Ahora yo voy para Puerto Plata. Tú sabes que las autoridades de allí no son amigas mías. De manera que tú verás cómo me arreglas eso”.

Al otro día, Velásquez le propuso a Morales el nombramiento del General Manuel de Jesús Camacho como Comandante de Armas de Puerto Plata y Morales aceptó. Quien ocupaba ese puesto era el General Rufo Reyes, antiguo jimenista, que se había separado del jimenismo junto con Morales cuando los horacistas proclamaron a éste su candidato presidencial.

 (Años después, siendo yo Secretario de Justicia e Instrucción Pública en el Gabinete del Presidente Cáceres, me dijo éste en una conversación en que habíamos estado recordando los sucesos de los últimos días del gobierno de Morales, que una mañana de diciembre de 1905 se le presentó en la casa de don Juan Cruz Alfonseca, dónde él se hospedaba, su oficial Martín Cruz para decirle que no había podido cumplir su orden de matar a Morales ni tampoco Eduardo Contín, otro de sus oficiales, porque Morales al regresar a casa no había pasado por donde ellos habían estado esperándolo; que él ( Cáceres) lleno de asombro, y hasta espanto, le preguntó que quién le había transmitido esa orden, a lo cual respondió que un pariente suyo, agregando que en ese momento se encontraban reunidos varios individuos en la fortaleza, discutiendo lo que había que hacer con Morales; que inmediatamente fue a la fortaleza y encontró efectivamente allí a varios horacistas principales que trataban de proceder contra Morales en forma violenta, inclusive matándolo, si era necesario, y que les había advertido que no toleraría ningún atentado contra Morales porque él pasaría a la historia asumiendo por entero la responsabilidad de la muerte de Lilís; pero no la de Morales, sobre todo cuando cualquier crimen que se perpetra contra éste lo iba a aprovechar a él como Vicepresidente.

Yo ligué en mi memoria estas palabras de Cáceres a las que oí años atrás cuando fue a despedirse de Morales. Se las recordé; pero me dijo que él no se acordaba de haberle dicho eso a Morales.

Después de la ida de Cáceres la condición de Morales se hizo precarísima. Siguió asistiendo a las oficinas de palacio. La gente del pueblo lo miraba con admiración, por el valor que mostraba en medio de una situación tan erizada de peligros para él. En cambio, sus adversarios, cometían en su contra muchas bajezas. Le tenían rodeada la casa por los patios y techos vecinos. Hasta en las azoteas de enfrente había gente situada para espiar los menores movimientos de él y de su familia. Había hasta quienes le dirigían insultos desde la calle, cuando él estaba en el interior de la casa.

Hacia el 20 o 21 de diciembre, ya de Morales no quedaba ni sombra de Presidente. El único Ministro que iba a verlo era Andrés Julio Montolío, y de los empleados Julio Pou, que era Administrador General de Correos, y el Ingeniero Osvaldo B. Báez, Director General de Obras Públicas.

El 23 de diciembre circuló en la capital la noticia de que al General Miguel Ángel Ramírez, Comandante del Puerto de Puerto Plata, lo habían herido al irlo a coger preso por orden del General José Fermín Pérez, el Gobernador. Los horacistas creyeron que el autor de esto era Morales y públicamente se pusieron a decir que era necesario o matarlo o encarcelarlo.

En ese extremo las cosas Morales mando llamar al Ingeniero Báez y convino con éste la manera de sacarlo de la ciudad. Lo que hizo entre el 23 y el 24 lo ignoro. El 23 era sábado y no hubo oficina por la tarde.

Después de todo en la oficina no había nada que hacer, lo cual había dado lugar unos días antes a estas expresiones de buen humor de Morales: “Ni siquiera podemos estar espantando moscas, porque ni éstas se ocupan de mí”.

El domingo 24 a mediodía fui a su casa. Me dijo que esa noche se saldría de la ciudad, sin entrar en detalles. Al anochecer volví. Cuando yo subía las escaleras, éstas a oscuras, me di cuenta de que unas personas que empezaban a bajar volvieron para atrás; pero casi enseguida oí una voz que distinguí, era la de Alberto Hernández, quien dijo: “Es Troncoso”.

Avancé y en una semi-claridad que había en lo alto de la escalera vi a Morales, Alberto Hernández y Federico Sarita, vestidos los tres andrajosamente. Morales me dio un abrazo y muy emocionado exclamó: “Adiós, Troncoso” (Morales nunca me llamó por mi apodo).

De lo demás que pasó solamente sé lo que he oído referir.

Una coincidencia digna de anotarse: el cochero que, según me informó más tarde el Ingeniero Báez, había llevado a Morales hasta fuera de la ciudad, después de haberlo recibido en su coche en las inmediaciones del parque Duarte, se llamaba Luis Tejeda. Está vivo.

Su afectísimo amigo,

Manuel de Jesús Troncoso de la Concha

 Notas

(1).- “La Fuerza” era otro nombre con el que se denominaba entonces la fortaleza Ozama, sede de la comandancia militar de la ciudad. Nota del autor.

Notas del administrador del blog:

AB-1: Las diferencias entre el Presidente y el partido horacista se fueron incrementando en la misma proporción en que los recursos fueron aumentando como consecuencia de los recursos obtenidos luego de ponerse en ejecución el Modus Vivendi, ya que en tales condiciones era más fácil gobernar.   

AB-2: Por orden de Cirilo de los Santos (a) Guayubín, en abril de 1904, fue fusilado en Los Llanos, común de San Pedro de Macorís, Nicolás Arias (a) Manasa, cabecilla de los rebeldes que dispararon a los buques New York y Columbia el 11 de febrero de ese año, desencadenando el bombardeo al poblado de Pajarito.

AB-3: Pedro Villalón Morales era sobrino del Presidente.

AB-4: Desde la renuncia de Juan Francisco Sánchez, el 6 de diciembre de 1905, hasta la designación de Emiliano Tejera, el Secretario de Hacienda Federico Velásquez desempeñó las funciones interinas de Relaciones Exteriores en adición a las propias..

AB- Final: La continuación de la historia, donde termina la narración contenida en la carta de don Manuel de Jesús Troncoso de la Concha, puede el lector conocerla en una entrevista concedida por Morales Languasco al periodista E. H. F. Dottin, de la revista The Wide World Magazine, en enero de 1906, luego de llegar exiliado a Puerto Rico después de su derrocamiento, con el título “A Fligth for Live”. En dicha entrevista el lector podrá constatar ciertas coincidencias entre las dos narraciones ofrecidas con más de tres décadas de diferencia, entre ambas, además de conocer cómo acontecieron los hechos con posterioridad a donde termina lo narrado por don Manuel de Js. Troncoso de la Concha, en la carta que nos ocupa, visitando el siguiente enlace: https://carlosmoraleslanguasco.com/2017/09/28/escapada-por-la-vida-a-fligth-for-live/.